De luchas y de aprendizajes

Hace años que me guían varias inquietudes en mi vida. Una de ellas, quizás una de las centrales, es poder entendernos (entenderme). El ser humano que somos me cautiva, emociona, enoja, asombra, me da miedo, tristeza, orgullo, resignación, esperanza…como verán, me conecta (me conecto a mi mismo) con emociones dispares, antagónicas, complementarias. Quizás por eso mismo es que sigo apasionadamente enganchado a, como digo, entendernos (entenderme), en un camino que, juzgo, no terminará jamás (¡por suerte!).

 

Siento que estamos participando de un momento, hito en la historia de la humanidad en donde podemos atravesarlo con aprendizajes profundos, tanto individual, pero, sobre todo, como un conjunto (¿humanidad?) social hacia un estadio de consciencia “superior” (no entrare, en este escrito, en lo superior o inferior, pero lo dejamos en remojo, si me permiten, para una próxima reflexión).

 

Sin intentar hacer una reflexión acabada (¿será posible “acabar” algo respecto del humano, cuando dije mas arriba que no terminaría más?), ya que cada aporte, pregunta, mirada que me dan una vez que escribo algo, la nutre, abre nuevos caminos, nuevas miradas, formas de ampliar y enriquecer mi propia elaboración. Vengo pensando en las “luchas y los aprendizajes” que, como especie, podríamos tener que hacer.

 

Veo que estamos atravesando tanto las luchas, como la necesidad de aprender a afrontarlas:

 

Lucha con la biología

 

Quizás ésta lucha es la que, de entrada, perdemos. Digo perdemos porque el proceso biológico es inevitable (por lo menos a quienes no tenemos un entrenamiento vinculado a la meditación profunda en donde, se sabe, puede lograr que la biología actúe de formas diferentes a las esperables o “prediseñadas”).

 

Nuestro pensamiento rápido, diría Daniel Kahneman, es lo que determina en cierta forma nuestro comportamiento no reflexivo, el que sale, explota, se muestra sin necesariamente mediar “la razón”.

 

En este momento de la humanidad, en donde un virus “nos puede matar”, cobra protagonismo el pensamiento rápido, activándose nuestros sistemas biológicos primarios de alerta (sistema límbico, junto a la amígdala). El objetivo de esta respuesta inmediata, y súper veloz, es la de sobrevivir. Los comportamientos humanos se alinean fuertemente esto. No media “la razón” (por lo menos no en una primera instancias… !incluso muchas veces ni siquiera en segundas instancias!).

 

Lucha con las emociones: fundamentalmente el miedo.

 

Íntimamente ligada a la respuesta biológica, está la respuesta emocional.

 

Una emoción primaria, responsable primordialmente de la supervivencia, es el miedo. Se nos impone la lucha contra éste y sus posibles respuestas básicas: huida, la pelea o la parálisis. 

 

  • Huida: quizás irme a Pinamar, a las sierras, a dar una vuelta en moto, aprovechando el “finde largo”, como que aquí no pasa nada, es una forma de huida mediante la tan mentada negación (reacción primaria, si las hay).
  • Pelea: ir al supermercado, “saquear”, llevarme hasta lo que no me hace falta, y no poder siquiera identificar a otros, porque mi comportamiento me dice: me tengo que salvar solo (con los míos) imperiosamente.
  • Parálisis: quedarme en casa, congelado, sin poder activar formas creativas de cotidiano, encerrarme en el cuarto, dormir, ver series por horas que me desconecten, pueden ser formas activas de parálisis.

 

Lucha entre el comportamiento individual y el social

 

Muy ligado a un comportamiento relacionado con el miedo, sale quizás algo más vinculado al “egoísmo”. El otro desaparece (como en el supermercado), y no es contemplado o reconocido como otro legítimo, válido, con necesidades iguales o mayores que las de uno. El otro, a veces, es también el enemigo, el que “contagia y trae la muerte consigo” (habrán sentido esa mirada en la farmacia, en el supermercado, en el almacén, de “aléjate”, “volvé a tus 2 mts cuadrados”, “ni se te ocurra acercarte!!”).

 

Alejarnos, quitarlo de al lado, desaparecerlo, son respuestas que, alimentadas por el miedo, irrumpen más de lo habitual, casi exacerbadas, llevadas al límite y, a veces, más allá de estos límites.

 

¿Y cuáles aprendizajes podemos, ante esto, abordar y desafiarnos?

 

Sobre la biología quizás no sea menor aprender a distinguir que ésto se presenta, aparece, irrumpe, y que necesitamos quizás activar una forma diferente de “pensar”. En la biología prima, dijimos, el pensamiento rápido. Necesitamos aprender a identificarlo, distinguir cómo nos opera y activar, al decir de Kanheman, el pensamiento lento: la reflexión y la pregunta (autoindagación) pueden ser caminos necesarios contra la respuesta automática de la biología: ¿Cuáles son mis respuestas automáticas? ¿qué predomina en mi? ¿tengo miedo y cómo se manifiesta? ¿qué me sale rápidamente en el supermercado, en la calle, en el contacto con otros?

 

Sobre las emociones: su gestión. Que aparezcan será, seguramente, inevitable. Qué hacemos una vez que éstas emerjan, que quieran apodarse de nuestro comportamiento, es parte del aprender a gestionarlas.

 

Aprender habilidades o herramientas tales como el mindfulness (¡innumerables ofertas gratuitas en la web encontramos últimamente como para empezar!), la meditación, el respirar, el iniciar conversaciones con otros, preguntarles mucho, pedir ayuda sabiéndose “desbordado”, “ansioso”, “acelerado”, “impulsivo”, pueden ser buenos inicios.

 

Sobre lo social y posibles aprendizajes. Una dimensión interesante en lo social, ligado fuertemente a lo emocional, es la empatía. Aprender a empatizar, desarrollarla o fortalecerla, puede ser un primer gran paso. Para esto hace falta primero identificar las propias emociones, los propios miedos, dolores, necesidades, tristezas, para después mirar hacia afuera e identificarlos en otros. No es tarea fácil, pero si puedes darte cuenta que esta posibilidad existe, y que para cada uno o una es un desafío, aprender a empatizar puede ser una capacidad sublime.

 

Además, otra cualidad o capacidad (que me ayudó a distinguir Pablo, un gran amigo mío), a aprender podría ser la “generosidad”. Entendemos a ésta como el comportamiento de aquel que gusta de dar de lo que tiene a los demás, o de compartir con ellos, sin esperar nada a cambio. Veo actualmente muchas muestras de seres humanos que, desinteresadamente, ponen al servicio de otros (clases de gimnasia, conferencias abiertas, recitales, escucha, atención psicológica y muchos etc´s), en la distancia, sus habilidades, recursos, saberes, herramientas para que otros se sientan mejor desarrollando la esperanza, fortalezcan el optimismo (mas no la ingenuidad) y la resiliencia por mencionar solo algunos aspectos centrales de recursos humanos plausibles de aprenderse.

 

Estos aprendizajes no buscan ser ni los únicos ni los más validos. Son parte de un abanico enorme de posibilidades humanas necesarias, a mi juicio, de aprenderse para que, al fin y al cabo, nos salvemos juntos en este momento del mundo, y de todo momento que esté por venir (que no serán pocos, tomando reflexiones de Harari o Byung Chun Hal).

 

Ni vos, ni yo, nosotros.