No flote, elija

Los cambios en nuestra vida no son paulatinos, claros y definidos; transitamos una incertidumbre exponencial, tangible para toda la humanidad a partir de la pandemia del Covid 19.

Los seres humanos buscamos asirnos a estructuras, mandatos, artefactos, en pos de obtener algún orden o  certeza, que siempre es efímera, que dura poco.

 

El virus nos ha traído nuevas rutinas, formas distintas de vivir, de trabajar, que aparecen en un lenguaje coloquial renovado.

En lo privado de los hogares, el hisopado rápido procura dar alguna tranquilidad con relación a la gestión de la salud familiar, que permita salidas controladas y visitas a los abuelos.

 

Pasamos emocionalmente por temporadas de actitud negacionista, aquí nada sucede ni sucederá, nos distraemos un rato, esperando que todo sea una fake news, una broma pesada, un mal sueño.

 

Instituciones sociales y políticas buscan adaptarse procurando gestionar una realidad que no termina de comprenderse, por cambiante y por desconocida.

 

Desde la declaración de la primera cuarentena han pasado cuatro estaciones y, la llegada del otoño en el hemisferio sur,  tangibiliza la no transitoriedad de muchas de las nuevas formas que hemos adoptado.

 

Más allá de la política, la crisis económica mundial es innegable, pero parece más profunda la crisis emocional: flotamos.

 

Ha cambiado nuestro  hábitat laboral, y esto trae consecuencias que aún no dimensionamos, unas queridas y buscadas y otras no tanto.

En la nueva dinámica laboral (con diseño de urgencia),  se perdieron los espacios físicos compartidos; los pasillos; las cocinas; los almuerzos, el viaje en colectivo o tren; el encuentro casual y cercano con otros, y porque no con  nosotros mismos; Todos estos lugares parecen aun no tener reemplazo.

 

Desaparecieron las Transiciones,  entre aquí y allí, que nos daban un tiempo en off, que  permitían cerrar para abrir, desconectar para conectar, ausentarnos para estar presentes.

Vamos por la nube de un punto al otro con pocas pausas, como si esto fuera por un rato, como si este presente no fuera nuestra vida, la real, la que era antes.

 

Por momentos nos invade la sensación de desasosiego, y es que nos comunicamos en ausencia del uso de los sentidos de proximidad (gusto, tacto, olfato), los cuerpos han quedado fuera de este mundo virtual, estamos desenraizados; Solo las voces y rostros, el de los otros y el propio en la pantalla, imponen un modo de relacionamiento que nos demanda más esfuerzo, capacidad de concentración, y que no siempre permite empatizar con el otro.

 

 

 

El foco es el impacto que ha producido en nosotros  seres humanos esta alteración del orden, este cambio de hábitos, esta nueva manera de hacer las cosas que pensamos temporaria hace un año, y aquí se ha quedado.

Quisiera enfatizar el efecto “flote” que estamos viviendo:

Un objeto que flota es arrastrado por la corriente marina a la deriva. Una persona que flota es arrastrada por vaya a saber qué fuerzas y emociones externas a él; el que que flota da más peso a lo que viene de fuera que a lo que sucede en su interior.

 

Parece imperativo reconocernos en este presente que vivimos, volver a conectar con nuestros anhelos más profundos, como individuos y como organizaciones humanas, y anclar.

 

Debemos detenernos un momento y  reflexionar,  para definir juntos como queremos que sea este presente que nos toca vivir, la calidad de relaciones que queremos construir, los aprendizajes que necesitamos realizar y  los momentos que deseamos disfrutar.

 

Podemos elegir nuestro futuro; que dejaremos y que llevaremos con nosotros en la navegación durante este año.

Tomo las palabras de Victor Frankl, las circustancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertad de elegir como responder a esas circunstancias. 

 

No flote, elija.